A veces nosotros mismos somos víctimas de un intenso
dolor que nos sobrevuela, que nos encoge el alma para aplastarlo como si fuera
un utensilio.
Y justo en el momento en que te retuercen
el alma, el sufrimiento es tan ensordecedor que nunca más vuelves a sentir
dolor.
Ni rabia. Ni asco. Ni tristeza.
El problema es que pasas
de sentirlo todo,
a no sentir
absolutamente nada.
Y créeme, eso sí que es triste.