Después de
tantos años sigo siendo tan feliz como fingí serlo una vez.
Y a pesar de que
hay cosas que nunca voy a poder volver a mirar sin acordarme de ti, siento que
lo hice bien.
Ahora sé que mereció la pena irme y dejarte.
Porque quizá no era ni el momento, ni el día, ni el lugar,
quizá hasta ni éramos nosotros. Pero pasó.
Y ahora desde aquí, viéndolo de cerca y acordándome de cada lunar de tus caderas me pregunto qué nos pasó, qué nos hizo querer dejarlo todo, tirarlo todo por la borda como si nunca hubiera tenido importancia para nosotros dos...
Porque por un tiempo me hice amiga de la soledad, del dolor, de la melancolía, y ahora desde un vagón te escribo a ti, sabiendo que los odiados soledad, dolor y melancolía sólo son compañeros de viaje en muchas ocasiones de nuestra vida, y que son indispensables para sentirnos vivos.
Ahora sé que mereció la pena irme y dejarte.
Porque quizá no era ni el momento, ni el día, ni el lugar,
quizá hasta ni éramos nosotros. Pero pasó.
Y ahora desde aquí, viéndolo de cerca y acordándome de cada lunar de tus caderas me pregunto qué nos pasó, qué nos hizo querer dejarlo todo, tirarlo todo por la borda como si nunca hubiera tenido importancia para nosotros dos...
Porque por un tiempo me hice amiga de la soledad, del dolor, de la melancolía, y ahora desde un vagón te escribo a ti, sabiendo que los odiados soledad, dolor y melancolía sólo son compañeros de viaje en muchas ocasiones de nuestra vida, y que son indispensables para sentirnos vivos.
Así que sí, me alegro. Me alegro de todo. Y no, no me arrepiento
de nada, porque al fin y al cabo todo lo que se saca del dolor son episodios de
superación de uno mismo.
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